DESPLIEGA PESTAÑA

martes, 22 de octubre de 2013

BARCELONA

Barcelona se quedó allí mirando al mar, de espalda a las montañas o eso creí yo ver. Hacía calor, pero por la calle Muntaner soplaba una brisa acariciante. Respiré los efluvios que venían del mar y la letra de una canción romántica se apoderó de mis pensamientos: “mirando el mar soñé que estabas tú mi amor…”. Siempre es reconfortante pensar en positivo y en el otro, que podría estar y no estar y nunca se sabe si estando sería tan placentero como se sueña o como se desea. Después, la ciudad palpitante con sus semáforos y sus aceras de siempre y sus anchas avenidas y mi reloj marcándome los pasos. El hotel donde me hospedo se levanta furioso con sus quince pisos sobre un cielo tan azul como el de Sevilla. La habitación es acogedora llena de espejos que multiplica los objetos. Me parece una buena ciudad para vivir, para ganar otra vida en alguna tómbola y afincarse aquí y ponerse el mundo por montera. Pero, ¿y las raíces, y los hijos, y la familia…? ¿Y yo? Es cuestión de perderse por la feria de la vida y disparar con certeza a ese objetivo que te premie con una segunda oportunidad. El AVE me devuelve de nuevo a Sevilla. Corre a trescientos kilómetros por horas. No es hora de pensar sino de dejarse llevar y cruzar los túneles, los Pirineos de Lleida, la llanura de Castilla la Nueva, los túneles de Sierra Morena y las huertas de las riberas del Guadalquivir, para seguir avanzando hacia el sur, hacia casa, hacia el pan nuestro de cada día, hacia esta segunda piel que me envuelve con sus paredes y sus ventanas, con mis plantas de sombra y mis plantas de sol. Mañana será otro día.

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