Yo comenzaría diciéndole al toro: “Quiero verte
en el campo, libre”. Y está en todas partes (en este país de la piel de toro):
en el campo, en las plazas, en los foros, donde se discute su martirio, en la historia,
en las vallas publicitarias (tan negro y oscuro como un gran dolor), donde
ostenta su majestad y sus atributos fantasmagóricos. Y, hasta en la copla. “Ese
toro “enamorao” de la luna… El caso es que las corridas se suceden temporada a
temporada, y que los aficionados defienden a la mal llamada “fiesta Nacional”,
frente a sus adversarios. Cataluña, como siempre, se adelanta a los tiempos y
celebra sus referendos, y trata de salvar lo único que tiene de salvable la
“Fiesta”: el toro. Nadie tiene derecho a matar por matar y, muchos menos, que
esa muerte sea con engaño, con aplausos, con recochineo. Porque al toro se le
mata en el coso con todo eso y con mucho más…, hasta con música, con ese
pasodoble lúgubre que suena mientras chorrea la sangre hasta la arena. ¿Y el
arte? Me dirán algunos. Y ese binomio entre torero y toro, entre toro y torero,
que cuando se da, la plaza vibra y el duende surge y se arrebata el tiempo
entre el peligro y la muerte, que torea a la par con el torero. “Déjese usted
ir, compadre”, podríamos decirle a ese aficionado vampiro. “Sólo tendría usted
que mirarse en los ojos del toro y ver esa angustia infinita que produce el
ahogo del sabor de la sangre”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario