DESPLIEGA PESTAÑA

miércoles, 2 de mayo de 2012

EL TORO



Yo comenzaría diciéndole al toro: “Quiero verte en el campo, libre”. Y está en todas partes (en este país de la piel de toro): en el campo, en las plazas, en los foros, donde se discute su martirio, en la historia, en las vallas publicitarias (tan negro y oscuro como un gran dolor), donde ostenta su majestad y sus atributos fantasmagóricos. Y, hasta en la copla. “Ese toro “enamorao” de la luna… El caso es que las corridas se suceden temporada a temporada, y que los aficionados defienden a la mal llamada “fiesta Nacional”, frente a sus adversarios. Cataluña, como siempre, se adelanta a los tiempos y celebra sus referendos, y trata de salvar lo único que tiene de salvable la “Fiesta”: el toro. Nadie tiene derecho a matar por matar y, muchos menos, que esa muerte sea con engaño, con aplausos, con recochineo. Porque al toro se le mata en el coso con todo eso y con mucho más…, hasta con música, con ese pasodoble lúgubre que suena mientras chorrea la sangre hasta la arena. ¿Y el arte? Me dirán algunos. Y ese binomio entre torero y toro, entre toro y torero, que cuando se da, la plaza vibra y el duende surge y se arrebata el tiempo entre el peligro y la muerte, que torea a la par con el torero. “Déjese usted ir, compadre”, podríamos decirle a ese aficionado vampiro. “Sólo tendría usted que mirarse en los ojos del toro y ver esa angustia infinita que produce el ahogo del sabor de la sangre”.

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