Doctor
Zhivago y el embrujo
de esa melodía mágica que impregna toda la película y envuelve las secuencias
más emocionantes en una cascada musical repetitiva. Siempre se está esperando
que la música vuelva otra vez a impregnar la escena como recurso necesario e
imprescindible. He caminado con Omar Sharif por los paisajes rusos nevados, por el amor y por sus
poemas; por todo el recorrido de la persecución y las mentiras de los ideales
de una guerra. Y el tren, siempre el tren, y otra vez el tren, su traqueteo
roto y agonizante, a través de un paisaje helado con árboles desnudos y
horizontes fantasmas. Omar es la mirada. La mirada que habla, la mirada que
llora, la impotencia de un hombre acorralado por sus sentimientos y sus
enemigos. Es un hombre bueno, esperanzado y capaz de ver a través de los
cristales nevados del exilio, las flores de la nieve en una primavera que sólo
a él pertenece. He visto la película de un solo tirón y me ha emocionado. No
entiendo por qué los guionistas, los escritores, castigan el amor verdadero con
la separación o con la muerte de sus protagonistas. Podía haber habido un final
menos melodramático. No es justo que un hombre muera fulminado cuando cree
haber hallado la felicidad, ni siquiera en las películas
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